jueves, 26 de junio de 2014

Amor a primera vista



Lo conocí el año pasado en Lisboa. Era una mañana de finales de octubre de esas que, cuando una está sola, puede decidir libremente no levantarse de la cama, total ¿para qué? ¡Si en vertical o en horizontal seguirá estando sola!

Aquel día me levanté porque deseaba llegar cuanto antes a casa de mi amiga Ronda, que llevaba tres años en Portugal por la profesión del marido.

—Me muero por ir a haceros una visita —le dije cuando me propuso una semana en su casa.

Luego medité mi decisión y la telefoneé diciéndole que iría a un hotel “por esto y por aquello y por esto otro y… Y porque de tanta soledad me he vuelto maniática perdida”.

Ronda aceptó, ¡no le quedó más remedio!

Mi maldita claustrofobia me impidió entrar en el ascensor así que me tomé un tiempo para subir los seis pisos —único y verdadero motivo de mi decisión de no alojarme en su casa— parándome en los descansillos para estirar mi vestido nuevo. En el último me detuve algo más para pintarme los labios y retocar el colorete, ¡menos mal!

Cuando se abrió la puerta me quedé hipnotizada y él también. Ni siquiera me fijé en la enorme barriguita de mi amiga ni en su corte de pelo.



Fue eso, ¡amor a primera vista!


miércoles, 18 de junio de 2014

Retornos del amor en la noche triste

Por más que buceo en la historia de la poesía contemporánea no encuentro un poema que exprese la añoranza del amor con más pasión, intimidad y carga emotiva que este de Rafael Alberti escrito en su exilio italiano. Es desbordante.
Cuando se lo leía a mis alumnos de literatura tenía que hacer un esfuerzo por controlar la emoción que ascendía desde mi estómago hasta el lagrimal inundándolo de gotitas saladas. No sé si alguna vez fueron conscientes de aquel arrebato que yo intentaba disimular, torpemente, restregándome los ojos como si de pronto me hubiera entrado urticaria.
Hacía mucho tiempo que no lo leía y el otro día, ¿por casualidad?, me encontré con él. Es curioso: ¡Lo que son las emociones! Sentí el mismo hormigueo de entonces, la misma inquietud... Pero como no tenía espectadores ni espectáculo que ofrecer, me dejé arrastrar por el sentimiento y dejé que las lágrimas saliesen sin restricciones.
Hoy deseo compartirlo con vosotros.

Ven, amor mío, ven, en esta noche
sola y triste de Italia. Son tus hombros
fuertes y bellos los que necesito.
Son tus preciosos brazos, la largura
maciza de tus muslos y ese arranque
de pierna, esa compacta
línea que te rodea y te suspende,
dichoso mar, abierta playa mía.
¿Cómo decirte, amor, en esta noche
solitaria de Génova, escuchando
el corazón azul del oleaje,
que eres tú la que vienes por la espuma?
Bésame, amor, en esta noche triste.
Te diré las palabras que mis labios,
de tanto amor, mi amor, no se atrevieron.
Amor mío, amor mío, es tu cabeza
de oro tendido junto a mí, su ardiente
bosque largo de otoño quien me escucha.
Óyeme, que te llamo. Vida mía,
sí, vida mía, vida mía sola.
¿De quién más, de quién más si solamente
puedo ser yo quien cante a tus oídos:
vida, vida, mi vida, vida mía?
¿Qué soy sin ti, mi amor? Dime qué fuera
sin ese fuerte y dulce muro blando
que me da luz cuando me da la sombra,
sueño, cuando se escapa de mis ojos.
Yo no puedo dormir. ¡Cuántas auroras,
oscuras, braceando en las tinieblas,
sin encontrarte, amor! ¡Cuántos amargos
golpes de sal, sin ti, contra mi boca!
¿Dónde estás? ¿Dónde estás? Dime, amor mío.
¿Me escuchas? ¿No me sientes
llegar como una lágrima llamándote,
por encima del mar, en esta noche?